miércoles, 3 de agosto de 2011

La Blue Moon de Hassad

de Julián Gutiérrez Castaño, diciembre de 2010

Ayer conocí a Hassad en el Blue Moon, la pesadilla de transporte público que reemplaza al metro después de las 2 am. Hassad se sentó a mi lado sin decir nada, y yo me quedé sentado como siempre, en silencio, sin mirar a nadie a los ojos, todavía poniendo algo de cuidado al loquito irlandés que estaba muy triste porque el lunes iba a poner a su gato a dormir, y había estado con ese gato durante 17 años. “-What is that fancy word that you used to say when you put an animal to sleep?”-“Euthanasia”.-“Ah, euthanasia, that’s it, on Monday I will do euthanasia to my cat”. En fin, entre locos se entienden. El irlandés se sentó justo al frente de dos parejas y se puso a hablar con las dos mujeres (de la calle), no sé si los hombres también estaban locos, uno de ellos lo parecía; y se fueron conversando todo el camino, más que conversando, ellos escuchando al irlandés hablar de su gato y de la eutanasia. El resto del bus, el resto de “normales” íbamos viajando como se supone que uno debe viajar, en silencio, en respetuoso silencio y cero miradas indiscretas.
Cuando mire a Hassad por primera vez, a ese extraño que se había sentado a mi lado, justo después de que el idiota que estaba antes dejara el puesto. -Lo de idiota no es gratuito. Cuando me senté en la banca había un centavo y una libreta, me guardé el centavo como un signo de buena suerte y me abalancé con curiosidad sobre la libreta. Lo único que había era apuntes de un restaurante del Medio Oriente: dos kebhabs; un shawarma; C$256,00; etc. Nada de interés, ninguna historia. Una mujer que se encontraba sentada una banca atrás en diagonal miraba con interés mientras yo me inmiscuía en la libreta de apuntes. La dejé justo en la silla de al lado. Cuando el idiota llegó le dio una palmada arrojándola al piso y se sentó refunfuñando algo sobre la basura en los buses. La mujer que antes me observaba y su amiga observaron la escena con cara de asco. Decía que cuando me fijé en Hassad por primera vez, vi una lagrima rodando cuesta abajo por su mejilla. “-Are you ok?” Le pregunté. “-Yes, I am ok. I mean, I am very sorry that you’ve seen me crying, but I am ok.” “-Are you sure, what is your problem?” “-Well, it’s my life, my life is a mess, I’m crying because my life is a mess”. Mi vida también es un caos, pero yo todavía no estoy llorando cuando viajo en los buses, a veces siento ganas de llorar, pero supongo que tengo un poco más de control sobre mis glándulas lacrimales. Las mías generalmente vienen en las noches, y no todas las noches, solo una de cada tres. “-I was with this woman, but she left me. She left for a man with more money. I’m a good man, I worked hard in the restaurant, but I don’t have money, and he has money, so she went with him”.
Hassad sacó su celular y comenzó a abrir algunos archivos. Una fotografía de ella sola, es una mujer hermosa, puedo entender porque el pobre anda encoñado. Otra fotografía de ella con el tipo. Una de esas fotografías aburridas, en las que dos personas posan para una foto al comienzo de una fiesta medio seria, cuando nada interesante ha pasado. Dos personas con mal gusto para vestirse posando en estado nada excepcional –no estaban borrachos, no estaban bailando, ni siquiera parecían muy alegres, solo medianamente alegres, como las parejas promedio que pueblan la tierra- para construir una fotografía aburrida. Otra foto mostraba a los dos de vacaciones en el Caribe. El mar azul, el cielo azul y ellos dos en alguna playa. Finalmente, una foto de la mano de ella usando el anillo de compromiso. Una foto brutal, una mano blanca, podría haber sido una mano muerta, una mano cortada minutos antes a su dueña para ponerle un anillo en el dedo anular y luego enviarle la fotografía al pobre Hassad para provocarle infinito sufrimiento. Supongo que esa fue la foto que le quebró el corazón a Hassad, aún más que las fotos de la playa. Digo, saber que la mujer que uno ama está de vacaciones en el Caribe con otro hombre es mortificante, imaginárselos paseando por la playa, comprando regalos, tomando ron y bailando –si es que ese par de imbéciles puede bailar-, sudando mientras se revuelcan en las sábanas inmaculadamente blancas de un hotel, a pesar de que mil parejas han fornicado en esas mismas sábanas. Todo eso es mortificante, pero saber que la mujer con la que uno quisiera pasar el resto de su vida se va a cazar con otro hombre es mucho más doloroso porque uno sabe que ya no hay punto de retorno.
Hassad pasó del archivo de fotos, al archivo de mensajes donde se leía la siguiente secuencia: “(1)-What’s up Hassad, what are you doing? – (2) Are you spending holidays with you family, me too. – (3) He asked me to get married, I’m engaged! – (4) Hassad, you’ve been acting weird the last days. Stop calling me!
Yo le dije a Hassad que debería borrar esos mensajes y esas fotografías. Que ambos eran malos para su salud mental. Él no dijo nada, sólo se quedo mirando al frente, donde habían otros pasajeros, unos sentados, otros parados, más allá el parabrisas del bus, y más allá Danforth Av. La infinita avenida que atraviesa Toronto de oeste a este, primero como Bloor y luego como Danforth. Supongo que Hassad estaba mirando algún punto al infinito. Sopesando si valía la pena borrar el último vestigio de la existencia de esa mujer, la última evidencia de que alguna vez estuvieron juntos, que él amó a alguien.

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