miércoles, 2 de diciembre de 2009

Culebras y Cocodrilos

CULEBRAS Y COCODRILOS[1]

Julián Gutiérrez Castaño, 2006

El siguiente relato no es un culebrón como lo hace parecer el título, tampoco pretendo contar las historias de la gente y provocar con ellas la lagrima verdadera de los que estamos lejos de estas situaciones. Sólo quiero escribir sobre las cosas que suceden allá, mejor dicho acá, en la tierra del nunca jamás por siempre, del realismo mágico, del absurdo a flor de territorio.

Primero fueron las culebras, quienes expulsadas como lo habían sido del paraíso, por las mismas razones y en la misma época, aunque quincemilseicientosesentayseis días después; se dedicaron a picar a la gente. Después llegaron los cocodrilos, en su resurrección número (n) veces. Quienes vinieron a deshacer los entuertos sufridos por quienes tienen mil ojos y, dizque sin querer queriendo, causar otros males peores.

Les diré que las culebras son de color verde camuflado, cuando les alcanza la plata. Se arrastran en grupos de a uno o de a cuarenta, a veces se juntan uno, dos, tres, cuatro... toda la especie y ahí es cuando dicen que van a acabar hasta con el nido de la perra. Estos reptiles picaban, todavía lo hacen, de muchas formas, pero yo sólo enumeraré las cinco principales maneras en que un mortalhumano puede ser herido por ellas.

Cuando muerden con toda la intención, ésta es la más venenosa de todas las picaduras. La victima cae inmediatamente al piso, o a la cama, o a la mesa, o al campo, o a la acera, etc. El punto es que el herido muere de muerte acaecida instantáneamente. A veces perece con él la familia, o sea que la enfermedad es plomíferamente rápida y contagiosa.

En otras ocasiones pican por error; esto suele ocurrir cuando un caminante desprevenido las pisa o se atraviesa por su camino. En este caso la muerte es, igual que la anterior, injustificada e injusta, pero tan fatal como la mala suerte y el destino cuando se juntan. No queda más que decir que este tipo de finados generan gran simpatía entre la comunidad. Todos son deudos y hasta los viles bichos piden excusas teleradioboletipúblicas.

A veces las serpientes se comportan como vampiros y matan de a poquito, o no matan, pero dejan al enfermo tan desahuciado que de haber podido escoger, hubieran seguido a la pálida dama -por acá no es blanca sino negra, igual es muy bonita, o al menos eso dicen los infortunados que la han visto venir e irse sin ellos-. Los sobrevivientes lo han sido gracias a que huyen antes de ser desangrados totalmente. Más hay quienes, milagrosa y testarudamente, han visto pasar la peste, la han resistido y finalmente se han quedado viéndola seguir sin ellos.

Algunos sujetos han sido arrastrados por las serpientes hasta sus nidos. Son muchos los que han muerto en estos huecos sin volver a gozar el calorcito del sol. Otros han logrado escapar, aunque dementes. Los mismos de siempre, reencarnados en sus sobrinos, sus hijos, sus padres, se han hecho ricos héroes del sufrimiento contando las historias de aquéllos, usurpando el destino de la caridad culposa de los que sólo vemos y leemos.

Por último están las picaduras en defensa propia, cuando el reptil se siente amenazado, casi siempre por otros de su misma especie. Reptiles de peor calaña, no valientes humanos como nos lo quieren hacer creer los de arriba. Ya sean de las nubes o de los escritorios, que bien pueden ser del primer, el segundo, el tercer o el cuarto poder cósmicoterrestre.

Y ahora que entramos en las tranquilas e inamovibles aguas del poder, entran en acción los cocodrilos.

Estos anfibios son bastante distintos de los caimanes. La gente los confunde porque los ha visto juntos un par de cientos de miles de ocasiones prestándose los disfraces y los juguetes, además no es fácil distinguirlos, yo creo que la diferencia está en el tamaño de la trompa, lo filudos de los dientes y la fuerza de las garras.

Este mortal y dientudo reptil ha jurado acabar, si es necesario sacrificando sus propias vidas, con las serpientes y cualquier otra variedad de animal que se le parezca.

Los cocodrilos tienen un apetito voraz, comen cuando tienen hambre y cuando no la tienen. Cuando han acabado su cena, aún insatisfechos salen en búsqueda de otro banquete, devorando lo que encuentran a su paso. Lo único que no se tragan, son sus malditos amos. Porque todo hay que decirlo y la verdad es que estos animalitos son fieles, inclusive más que los mentados caimanes.

El monstruo anfibio muerde a quien le sale al paso. Chan-chan-chan mastica sin parar, glup-glup-glup digiere sin descansar. Con ellos no vale la pena distinguir en cuanto a métodos y formas para matar-cazar, pues son infinitos. Es suficiente con decir que son crueles y despiadados en extremo.

Siempre que un cocodrilo encuentra una victima se la traga. Si no consiguiera masticarla enterita, ruñirse los huesitos, saborear cada pedacito de carne. La victima, igual moriría, pues la infección que habita este fétido reptil transporta las mil y una enfermedades que carcomen la carne humana; y es que no se puede esperar más de un animal que se arrastra por el lodo lamiendo el suelo que pisan los cerdos, bañándose en el estiércol que éstos han defecado.

Un día, que se ha repetido mil veces, un humano me contó una historia, con naturalidad me narró como es que los cocodrilos cenan cuando tienen todo el tiempo para hacerlo: “...ellos siempre andan en manadas, no obstante cuando hay francachela el grupo no pasa de cuatro. Cuando van a comer, invariablemente dicen que primero va uno y luego el otro, para no morderse entre ellos. Entonces el primero dice ‘yo quiero una teta’ y zaz, corta y se traga una tetica; el otro dice que a él le gustan los glúteos y zaquete, adiós nalguitas; el que le sigue grita ‘a mí me encanta el estofado de lengua’ y entonces corta el largo músculo, para embutírselo sin cocinarlo; y el último manifiesta que es más rica la cabeza de humano que la de pescado, mientras deja caer la guillotina. Y así se comen todo el humano cuerpito, no importa si es viejo o joven, macho o hembra, igual se atragantan y se hartan, pero nunca se hastían. Sólo dejan un pedacito, el tronquito. Después de consumirse las extremidades, dejan la parte central del cuerpo y la esconden en el río, bien en el fondo, lo amarran con piedras como quien ata un lechoncito que planea devorarse en el festín decembrino. Yo creo que es para los tiempos de sequía, los de las vacas flacas, ésos de la tan anunciada paz...”

Para finalizar tengo que decir que no todos los reptiles son malvados. Hay serpientes que se han dedicado a la política y no lo hacen tan mal; existen cocodrilos que quieren gobernar o que ya gobiernan (me reservo la opinión), no olvidemos que hay que tener cuidado con las lagrimas de cocodrilo. Pero es que los humanoshumanos son tan ingenuos, los humanoslagartos son tan listos y los humanoshistóricosapiensales tan pocos.

Parece que el hhumano dderecho tardará mucho en habitar estas tierras de serpientes en vía de extinción e invasiones de cocodrilos.

[1] La idea de llamar culebras a las culebras y cocodrilos a los cocodrilos fue de José miguel Nieto. Se pueden encontrar sus historias en Aleatoriedades o suculentos sancochos para tiempos difíciles, libro publicado en la ciudad de Bogotá por la Bocachica gozosa en el 2003. La idea de contar la historia de estos reptiles es de todos los colombianos (incluyendo los de adopción).