jueves, 11 de marzo de 2010

Tropical Oil City

TROPICAL OIL CITY O BARRANCABERMEJA,
LA ÚLTIMA ESTACIÓN AL INFIERNO

Por Julián Gutiérrez Castaño
Octubre de 2005

Todo el mundo busca algo de beber en Tropical Oil City o Barrancabermeja, siempre es bueno tomar algo helado cuando se está en la antesala del infierno. Todos soñamos que la gente sueña que el cielo empieza a escurrir agua, no la lluvia ácida a la que uno se va acostumbrando, no, agua mágica, purificadora de penas y revitalizante hasta la médula.

Veo correr cervezas descabezadas, tapas rodantes no premiadas en el mes de la Bavaria, y yo me pregunto por el viaje a Alemania, tal vez en el 2006 pueda estar tan ocupado viendo jugar a Colombia en el mundial como para no pensar en la uribización del país del absurdo mágico.

Coca-colas desfilando por la pasarela rosa, cuerpos reggaetozagantes sufren y gozan de admiradores sedientos de adolescentes perturbacabezas y dañaconciencias, no son otras, no son distintas a las de allá, son las mismas zaporritas de las que McWally me hablaba. Mujeres de tierra caliente, cuerpos hirvientes al servicio de la imaginación y el deseo reprimido por el sistema, el mismo que nos hace incapaces de acercarnos a las mujeres. Vivimos en una sociedad donde las relaciones se viven en el ciberespacio y la realidad se va sin que encontremos el cable que nos conectará al mundo.

Un paseante, compañero de género más no de sentido, se rasca la cabeza mientras le dice a su hermano que, con un poco de suerte y voluntad, podrán llegar al cielo AXE, donde muchas mujeres, todas hermosas, tan lindas como las que se encuentran todos los días –sin verlas- en el patio, en la sala, en el comedor, en la cocina de la casa; les darán sus números telefónicos y otras cosas tan deliciosas que no sería justo pensar en ellas frente a un computador. Un hermano de un paseante, quien es un compañero de género más no de sentido, responde que sí, que ya está, que pronto van abrir sus brazos y de sus axilas no van a caer gotas del maloliente ácido, en el cielo AXE no se suda como en Barranca (allá hace frío como en todo cuadro del paraíso), sino que van a estar agarrados de barbicuerpitos cirugimodelados, con tetas perfectamente redondas y culos supremamente duros.

Éste no es un caso raro, no es extraño que la memoria y la conciencia no se manifieste en una ciudad donde no pueden existir, en donde cada año asesinan a aquellos que osaron desafiar la historia y se negaron a vender sus almas. No, la vida no puede ser un insufrible martirio de autorrecriminaciones, cuando hay tantas cosas lindas en que pensar. Los árboles con hojas que no se agitan, porque el viento libertario no pudo tolerar tanta represión. Los pajaritos borrachos por el petróaire pedoquímico que les regala la empresa. La ciénaga podrida que ahogó a los peces cuando se convirtió en un estanque de petróleo. La nube de smog (presiento que es la misma nube de la que una vez me hablo Calvino), que sale de las chimeneas de la refinería para cubrir y empolvar la ciudad.

Claudia me dice que su estomago está aburrido con tanta contaminación, que sus retorcijos llegan con el fuerte olor a pedo químico y se van cuando la atmósfera le da un respiro. Ziggito desarrolla nuevos poros por donde brotan incesantes gotas de sudor, él también sufre la insufrible putridez, la disimula con una sonrisa y un “ya nos estamos acostumbrando Popocho, a mi el calor ya no me da tan duro”.


U$ 25, veinticincomillonesdedolares en los años 20’s.
- ¿Cuánto vale el corazón del Magdalena Medio?
- No lo sé, cuánto tiene.
- Se lo compro, tengo 25 millones de verdes. No me encimaría olvido, le compro ese pedazo de tierra, pero necesito legalizar lo de Panamá.
- Trato hecho.

La papaya estaba ponida y a las águilas también les gusta comerla, les encanta partirla. El Magdalena medio y Panamá fueron empacados en el mismo papel regalo, pagados en el mismo crédito, los invitados eran los mismos, las fiestas fueron igualíticas, pero que no se nos olvide que fueron dos pachangas distintas, aunque que van a saber ellos de parrandas, si de eso sólo sabemos los latinos y los negros…

Contemos almas, no contemos verdes. Ahora pongámosles cuerpitos a esas manifestaciones etéreas de vida, regalémosles corazones, cabezas, orgullo y dignidad. Brazos no por favor, luego vienen y los cogen de mulas pa’ trabajar, y a los hombres no los hicieron para eso. Digo, cuando papá y mamá se hacían rico, no estaban pensando en tener hijos para que trabajaran en alguna ciudad, puede ser de nombre Barrancabermeja; en alguna compañía, que podría llamarse ECOPETROL; en cualquier labor, tal vez como obrero; perteneciendo a algún sindicato, quizás el de la USO; siendo perseguido por las fuerzas de la reacción, del dragón rojo (como lo llamaría Claudia) o por los cocodrilos, como los llamaríamos nosotros.

Ya casi se cumple un siglo, que importa cuando alrededor se han cumplido cinco, la diferencia radicará en el tamaño de la fiesta, la celebración aquí no tendrá par. No se le olvide que en Barrancabermeja se baila la danza de los petrodólares, la única condición es tener carne. Carné para bailar, carné para acceder al único cine, carné para tener calidad de vida, carné que certifique que se es de/pertenece (a) LA EMPRESA.

Las mutaciones, todas ocurridas en pleno auge de los imperios, que son uno sólo. Primero fueron los barbados, después llegaron los rayados, también quisieron entrar los rojos. Mejor imposible, yo ví a Manimal hacerlo por televisión, sus manos temblaban y entonces se convertía y luego se transformaba, pero nunca, nunca pudo dejar de ser centauro, hacerse águila y más tarde oso, y, además, salvar al mundo de la terrible tragedia de ser como es.

IMPERIOS, cómo desaparecer uno en tres pasos (es necesario utilizar el culo): primero tome la bandera, hágala pequeña, diminuta, dóblela o enróllela hasta que le quepa por el culo. Tenga en cuenta que si la bandera es rayada y estrellada debe doblarla con mucho cuidado, si el ondulante símbolo patrio tiene una hoz, quítesela. Tanto la hoz como las estrellas pueden puyarlo. Introdúzcala, utilice la mierda como lubricante, le hará más fácil la tarea y causará una seria impresión a los tele-invidentes. Por último, desplácese, váyase lo más lejos posible y vomítelas, no vaya a hacerlo en un país vecino, no le haga ese daño a un país hermano, de preferencia búsquese una nación desarrollada -¿?-

Aquí, como en todos lados, el mercado negocia con lo que los dioses nos prohibieron vender, le pone precio a lo que no tiene. La mano invisible nos saca el dinero de la billetera, más tarde, con ese mismo dinero, nos compra lo que no es nuestro, lo que nuestra mano peluda le saqueó del corazón a la historia. En Barrancabermeja el oro negro brota del suelo, cuando esto pasa, la electrirreja se corre. Paralelo al petróleo emergen las cercas y el habitante se desplaza al ritmo del machín.

Por fuera y al interior de las fronteras son muchos los vencidos por el delirio moderno, otros tantos son autoinvisibilizados por la ceguera. Un indígena se queja porque no tiene betún para embadurnarse el cuerpo y continuar con su ritual de curación de penas/creación de sentidos. Un tal Henry Ford se lo llevo, dizque para poner a rodar el mundo. Él no hablaba latín, pero talkaba inglés. No importaba mucho en que idioma le hubiesen hablado al nativo, el yariguí no era políglota, hablaba su lengua, la misma que solían hablar la tierra, la Tora y el gran Yuma.

Bendita pimpina, no dejes que te agarre la verdiarmadamano amiga. Un gringo dijo que su deporte preferido era matar monkeys. Él se paraba al otro lado de la reja, desde adentro, por supuesto, y disparaba a los de afuera, a los colombianos que exigían dignidad. El ministro de Guerra de aquel entonces aplaudía y se agarraba la barriga de marrano, no podía de la risa. Un cocodrilo gruñe que su pasatiempo y su misión, bonita coincidencia, es la devorarse cuanto corazón rebelde encuentre. Un caimán no sabe, no conoce, que los corazones creadores son una especie en peligro de extinción, por eso se sienta a ver, no sin ganas de participar del festín. Las culebras huyen, se arrastran y se esconden debajito de las ramas, tras las armas. Y la tierra, perdedora eterna, llora el ascendente cultural castrado.

Muy cerca, en el centro del universo, hay un monumento. El último Jefe tribal, el Gran Pipatón, levanta a su mujer asesinada por las armas republicanas, no españolas como nos lo han hecho creer las voces del progreso y el desarrollo. Su grito de rabia y dolor viene desde el fondo del río grande de la Magdalena, desde el centro de la tierra. La sangre de los yariguíes ya no corre, las venarterías se secaron cuando los barramejos dejaron de oír las voces, o decidieron ahogarlas entre sonidos más ensordecedores que los que produce el cuero cuando es golpeado por la mano, o el de los músculos cuando se quieren salir de la piel (ambos son uno sólo, que se quede aquí entre nosotros el secreto).

La historia se repite en un círculo vicioso, yo me repito que no puedo dejar que las cosas se sigan repitiendo, la gente me repite que es de tontos no entender lo que tanto les han repetido. Y yo todavía sigo sin entender. Es sólo que no quiero que la próxima, que otra vez, tenga que saludar con un Güelcome to Tropical Oil City, y Güel sea un gringo glotón.

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