miércoles, 3 de agosto de 2011

Juancho Siete Suertes

de Julián Gutiérrez Castaño, abril de 2008

Una noche, al calor de unos aguardientes, contaron los Agromineros del sur de Bolívar cómo fue que Juancho Siete Suertes se salvó de una muerte segura.
Cuentan que Juancho regresaba de la finca, o de la mina, o de alguna reunión con la comunidad, cuando fue retenido por los cocodrilos. También cuentan que las culebras, que habían prometido picar a los que vinieran de afuera a molestar a la gente de la comunidad, se hicieron las que la cosa no era con ellas, y prefirieron mirar para otro lado. Los cocodrilos agarraron duro a Juancho y le increparon “vos sos una culebra hp y te vamos a dar tu merecido”, pero antes lo llevaron con sus jefes, para que ellos dijeran el porqué, el cómo y el cuándo era que Juancho se iba a quedar sin suerte.
Y Juancho fue llevado ante la plana mayor de los cocodrilos, frente a las intenciones detrás de las armas. Allá estaban todos y allá todos hablaron. Paraquito, Polocho y Milico sólo dijeron que si a todo, aunque todavía no habían escuchado nada. Político dijo que por comunista. Conservador dijo que por ateo. Agroindustrial dijo que por no poner la tierra a producir. Ganadero dijo que por ladrón de ganado. Empresario dijo que por sindicalista. Ciudadano no dijo nada, pues estaba embobado viendo las noticias de RCN. Embajador dijo que por oponerse a las valores esenciales del mundo occidental y a la libertad del comercio. Y Presidente dijo que por terrorista y enemigo de la democradura.
¡Ay! Juancho Siete Suertes pensó que hasta ahí le había llegado su apodo, que en el futuro sería apodado Juancho Mala Suerte, aunque igual no importaba, porque para él ya no habría futuro. Los jefes continuaron con su veredicto, “a Ganadero y Agroindustrial le corresponderán las tierras de Juancho. A Empresario le tocan los hijos de Juancho. A Embajador le corresponderá un precio favorable por todo lo que produzcan Empresario, Agroindustrial y Ganadero. A Conservador le queda el alma de Juancho. A Político y Presidente les toca la gloria de los justos y la administración de cualquier negociado que se genere a partir de la muerte de Juancho. A Ciudadano, la noticia reconfortante y la seguridad democrática. Y a Paraquito, Polocho y Milico les toca María, la esposa de Juancho, y el placer de ser los verdugos”. El jurado se pronunció, “Muerte inducida de la manera más humanamente posible por descuartizamiento con sierra eléctrica”.
Grr, Grrr, Grrrr, Grrrrrrrrr, Paraquito encendió la motosierra y Juancho cerró los ojos resignado a lo peor. Y justo en ese momento, una idea iluminó la cabeza de Juancho, “Esperen, no me pueden matar con esa motosierra, miren esa cadena y esa cuchilla, están todas mohosas, oxidadas, así no me van a matar ustedes sino la gangrena”. Milico, Polocho y Paraquito protestaron, dijeron que ellos estaban acostumbrados a hacer el trabajo con aparatos sucios, que por algo los llamaban ‘los que hacen el trabajo sucio’, y que les daba igual si el crédito se lo llevaba la gangrena o ellos. Además, les preocupaba que el gallinazo negro que tenían por mascota tuviera que esperar más tiempo por las sobras. Mas Conservador, Político, Presidente, Embajador, Empresario, Agroindustrial y Ganadero –Ciudadano, ni se entero de la discusión, pues estaba viendo la telenovela- se quedaron pensando, “Es cierto, que va a pensar la gente de nosotros, de la autoridad. Este hombre tiene razón, hay que descuartizarlo con una cuchilla y una cadena limpia”. Entonces, resolvieron mandar a comprar cadena y cuchilla nueva para darle una muerte higiénica a Juancho Siete Suertes.
Un cocodrilito cualquiera fue encargado de bajar al pueblo a comprar los repuestos nuevos, brillantes y ojalá inoxidables, para no volver a pasar por una vergüenza de esas. Mientras Juancho esperaba la hora de su muerte, decidió jugarse su última carta. Y es que Juancho, más que suerte, lo que tenía era una lengua que lo había salvado de unas y le había ganado su merecido apodo. Juancho habló con Paraquito, Polocho y Milico, “Yo no sé ustedes pa’ que me van a matar si yo soy tan pobre, campesino e iletrado como ustedes, ¡yo soy uno de los suyos!”. Se acercó al oído de Conservador, “Yo una vez escuché que en la Biblia decía no matarás”. Le apagó el televisor a Ciudadano, quien se alistaba para ver ‘Pasión de Gavilanes’, mientras le decía, “Hermano, tenga en cuenta que la ignorancia no lo hace inocente, sólo lo hace un cómplice pasivo”. Le susurró a Político, “Los comunistas, también somos humanistas”. Tuvo un pequeño foro económico con Empresario, Ganadero y Agroindustrial, “Ustedes para que más plata y más tierra, más bien trabajemos para que todos tengamos y ya van a conocer la verdadera seguridad”. Habló claro con Diplomático, “Hace 230 años ustedes se independizaron de Inglaterra, ahora dejen que Colombia sea realmente independiente”. Y fue franco con Presidente, “Yo no soy terrorista, yo antes quiero acabar con el terror que me produce ver un estudiante sin escuela, un enfermo sin hospital, un campesino sin tierra, una familia sin casa y un trabajador sin seguridad laboral. Además, en la Constitución dice que Colombia es un país diverso, ¡yo tengo derecho a existir!”.
Horas más tarde volvió el cocodrilito del pueblo. Venía cansado, pues la loma que había que caminar de regreso era durísima. Venía con una cuchilla y una cadena nueva para la sierra eléctrica. Con él regresaba Sapito, un amigo que siempre les pasaba información de dudosa veracidad a cambio de dinero de muy clara procedencia, los impuestos de los y las colombianas. Cuando Sapito vio a Juancho dijo, “Ese man no es la culebra que ustedes andan buscando, ese man es Juancho Siete Suertes, con él no hay problema, además es el esposo de mi prima, la María”. Y todos, Presidente, Conservador, Empresario. Agroindustrial, Ganadero, Diplomático, Ciudadano, Paraquito, Polocho y Milico, sintieron un alivio por dentro, como si cada uno hubiera acabado de soltar la pesada motosierra que estaba cargando su conciencia. En el fondo, todos se alegraban de quedarse sin excusa para matar a ese tipo tan simpático y acordaron dejar ir a Juancho Siete Suertes, no molestar a su familia y dejarlo vivir en paz en su tierrita.
Cuentan los Agromineros que así fue como Juancho Siete Suertes se salvó de una muerte segura. Pero también cuentan que ni todos ni todas tienen la suerte y la lengua de Juancho. Por eso esperan que las palabras de Juancho hayan calado en el corazón de los cómplices, los violentos y los poderosos, y que las promesas de paz que le hicieron a Juancho sean una promesa para todas las comunidades agromineras, campesinas, pescadoras, negras e indígenas de Colombia.

La Blue Moon de Hassad

de Julián Gutiérrez Castaño, diciembre de 2010

Ayer conocí a Hassad en el Blue Moon, la pesadilla de transporte público que reemplaza al metro después de las 2 am. Hassad se sentó a mi lado sin decir nada, y yo me quedé sentado como siempre, en silencio, sin mirar a nadie a los ojos, todavía poniendo algo de cuidado al loquito irlandés que estaba muy triste porque el lunes iba a poner a su gato a dormir, y había estado con ese gato durante 17 años. “-What is that fancy word that you used to say when you put an animal to sleep?”-“Euthanasia”.-“Ah, euthanasia, that’s it, on Monday I will do euthanasia to my cat”. En fin, entre locos se entienden. El irlandés se sentó justo al frente de dos parejas y se puso a hablar con las dos mujeres (de la calle), no sé si los hombres también estaban locos, uno de ellos lo parecía; y se fueron conversando todo el camino, más que conversando, ellos escuchando al irlandés hablar de su gato y de la eutanasia. El resto del bus, el resto de “normales” íbamos viajando como se supone que uno debe viajar, en silencio, en respetuoso silencio y cero miradas indiscretas.
Cuando mire a Hassad por primera vez, a ese extraño que se había sentado a mi lado, justo después de que el idiota que estaba antes dejara el puesto. -Lo de idiota no es gratuito. Cuando me senté en la banca había un centavo y una libreta, me guardé el centavo como un signo de buena suerte y me abalancé con curiosidad sobre la libreta. Lo único que había era apuntes de un restaurante del Medio Oriente: dos kebhabs; un shawarma; C$256,00; etc. Nada de interés, ninguna historia. Una mujer que se encontraba sentada una banca atrás en diagonal miraba con interés mientras yo me inmiscuía en la libreta de apuntes. La dejé justo en la silla de al lado. Cuando el idiota llegó le dio una palmada arrojándola al piso y se sentó refunfuñando algo sobre la basura en los buses. La mujer que antes me observaba y su amiga observaron la escena con cara de asco. Decía que cuando me fijé en Hassad por primera vez, vi una lagrima rodando cuesta abajo por su mejilla. “-Are you ok?” Le pregunté. “-Yes, I am ok. I mean, I am very sorry that you’ve seen me crying, but I am ok.” “-Are you sure, what is your problem?” “-Well, it’s my life, my life is a mess, I’m crying because my life is a mess”. Mi vida también es un caos, pero yo todavía no estoy llorando cuando viajo en los buses, a veces siento ganas de llorar, pero supongo que tengo un poco más de control sobre mis glándulas lacrimales. Las mías generalmente vienen en las noches, y no todas las noches, solo una de cada tres. “-I was with this woman, but she left me. She left for a man with more money. I’m a good man, I worked hard in the restaurant, but I don’t have money, and he has money, so she went with him”.
Hassad sacó su celular y comenzó a abrir algunos archivos. Una fotografía de ella sola, es una mujer hermosa, puedo entender porque el pobre anda encoñado. Otra fotografía de ella con el tipo. Una de esas fotografías aburridas, en las que dos personas posan para una foto al comienzo de una fiesta medio seria, cuando nada interesante ha pasado. Dos personas con mal gusto para vestirse posando en estado nada excepcional –no estaban borrachos, no estaban bailando, ni siquiera parecían muy alegres, solo medianamente alegres, como las parejas promedio que pueblan la tierra- para construir una fotografía aburrida. Otra foto mostraba a los dos de vacaciones en el Caribe. El mar azul, el cielo azul y ellos dos en alguna playa. Finalmente, una foto de la mano de ella usando el anillo de compromiso. Una foto brutal, una mano blanca, podría haber sido una mano muerta, una mano cortada minutos antes a su dueña para ponerle un anillo en el dedo anular y luego enviarle la fotografía al pobre Hassad para provocarle infinito sufrimiento. Supongo que esa fue la foto que le quebró el corazón a Hassad, aún más que las fotos de la playa. Digo, saber que la mujer que uno ama está de vacaciones en el Caribe con otro hombre es mortificante, imaginárselos paseando por la playa, comprando regalos, tomando ron y bailando –si es que ese par de imbéciles puede bailar-, sudando mientras se revuelcan en las sábanas inmaculadamente blancas de un hotel, a pesar de que mil parejas han fornicado en esas mismas sábanas. Todo eso es mortificante, pero saber que la mujer con la que uno quisiera pasar el resto de su vida se va a cazar con otro hombre es mucho más doloroso porque uno sabe que ya no hay punto de retorno.
Hassad pasó del archivo de fotos, al archivo de mensajes donde se leía la siguiente secuencia: “(1)-What’s up Hassad, what are you doing? – (2) Are you spending holidays with you family, me too. – (3) He asked me to get married, I’m engaged! – (4) Hassad, you’ve been acting weird the last days. Stop calling me!
Yo le dije a Hassad que debería borrar esos mensajes y esas fotografías. Que ambos eran malos para su salud mental. Él no dijo nada, sólo se quedo mirando al frente, donde habían otros pasajeros, unos sentados, otros parados, más allá el parabrisas del bus, y más allá Danforth Av. La infinita avenida que atraviesa Toronto de oeste a este, primero como Bloor y luego como Danforth. Supongo que Hassad estaba mirando algún punto al infinito. Sopesando si valía la pena borrar el último vestigio de la existencia de esa mujer, la última evidencia de que alguna vez estuvieron juntos, que él amó a alguien.