lunes, 27 de febrero de 2012

Safari

Estaba leyendo un especial de Soho sobre las experiencias de algunas famosos y famosos en los años escolares. Algunos de los artículos eran bastante buenos, cosa que alegra, ya que Soho es reconocida nacional e internacionalmente por publicar artículos terribles, escritos por personas que apenas si saben leer y escribir, al lado de artículos de las y los mejores escritores de Colombia. Supongo que más los que las, ya que Soho está claramente orientada al público masculino. En fin, andaba por mi tercer artículo de la edición sobre experiencias escolares, todos escogidos dependiendo de si me caía bien la actriz o el actor en cuestión, lo cual es comenzar en el lado negativo del espectro de las y los escritores, ya que la televisión colombiana está plagada de bimbos descerebrados; cuando caí en cuenta que todos estos artículos, todas estas experiencias, todas estas famosas y famosos, habían estudiado en colegios privados. “Mierda de país que es Colombia, con esta puta élite y estas putas revistas que reflejan una experiencia social tan ajena a la de la mayoría de las y los colombianos”, me dije a mí mismo. Me perdonaran las putas que tan poco tienen que ver con los colegios privados, a no ser que sean prepagos, en cuyo caso a) seguramente estudiaron en un colegio privado, b) tal vez le hayan prestado servicios a estudiantes de colegios privados, c) seguro que le han hecho el domicilio a los rectores o a los padres de los malcriados que estudian en estos colegios.
Al tiempo que me dedicaba a estas reflexiones que demuestran mi sensibilidad por las cuestiones sociales que afectan a la mayoría de la población colombiana, me di cuenta con horror que la razón por la que estaba tan seguro que estas experiencias reflejaban la experiencia de unas y unos culigados malcriados, hijos de putos papi y mami; era porque yo también estudié en un colegio privado “de bien”, hasta que los maricas Salesianos me echaron por perder octavo grado, después de eso tuve que estudiar en colegios privados “de mal”, ya que no me recibieron en ningún colegio público, y los otros colegios privados que me aceptaron eran unos antros de mala muerte. Yo prefiero decir que antes de que los Salesianos me echarán, yo había decidido abandonar por mi propia voluntad a esa pandilla de hipócritas que se la pasaban hablando de llevar una vida de pobreza y sencillez bajo el ejemplo del viejo Chucho, mientras que ellos vivían en una casona al interior del colegio, con aseadoras, cocineras, porteros y choferes que les hacían la vida más fácil.
Ante esta contradicción, decidí asumir mi experiencia de hijo de papi y mami de clase media, y contar una de mis experiencias escolares. Que nadie vaya a llamar putos a mis cuchos, que pasaban las duras y las maduras para pagar la pensión del colegio de mi hermana, mi hermano y yo, con sus salarios pírricos de profesores en el Sena. “Qué si la cosa era tan dura porque no nos metieron a un colegio público?” Huevón, o huevona, según el género del curioso, dedíquese a leer la historia de safari que le voy a contar y deje de cuestionar todo con lupa socialista, no sea tan mamerto.
Safari era un curita salesiano retirado, yo le calculó unos ochenta años, pero con los curitas de colegio privado nunca se sabe, esos manes viven una vida muy buena y suelen llegar a viejos en muy buenas condiciones. Safari no se llamaba Safari, la verdad es que no recuerdo como se llamaba, pero nosotros le decíamos Safari porque el cuchito andaba con unos pantalones de dril a lo Indiana Jones, y un sombrero de esos que los turistas blancos utilizan en el África, o al menos en las películas que se suponen en África. El viejito Safari era un desocupado de mierda que andaba más loco que una cabra, y a pesar de que todas sus acciones indicaban que era un asesino en potencia de niños, un europeo racista que nos confundía con micos, ningún estudiante lo odiaba, hasta lo veíamos con cariño. Es que es muy difícil odiar a un viejito que se orina y se caga en los pantalones…
Recuerdo dos ocasiones en las que interactúe directamente con Safari. Cara a cara con el explorador europeo que se pensaba encarando a un clan de chimpancés o alguna vaina parecida. La primera vez me encontraba jugando una recochita de fútbol. Metegol para ser más exactos, que es un formato bastante dinámico: un pelagatos se mete bajo los cuatro palos y bota el balón lo más lejos posible, el resto de pelagatos se larga a correr como locos detrás del balón levantando una polvareda que no deja ver un culo, dentro de la nube de polvo se pelean y patean las canillas, hasta que alguien comete el chiripazo de patear el balón con dirección al arco, donde un portero enano, tronco y cegado por el polvo, ve indefenso como la bola perfora su red; entonces el suertudo que pateó el balón sin ninguna mala intensión se mete bajo los cuatro palos y comienza otro ciclo de polvo y patadas. Estábamos jugando metegol, cuando Safari saltó de la nada al mejor estilo de Indiana Jones y descargó el rigor de su correa como si se tratase de un centurión romano machacando la espalda del infortunado arquero, que no tenía la menor idea de cómo había pasado de ser el ganador del paseo a pagar los platos rotos. No contento con su primera víctima, que a pesar del dolor que le laceraba la espalda corrió sin parar hasta estar a una buena distancia del cazador. Safari continúo su cacería con los otros futbolistas, quienes a pesar de ser mucho más pequeños, corríamos más rápido que el viejito demente y pudimos escapar, en parte, porque ninguno de nosotros sufríamos de artritis, pero también porque a Safari se le comenzaron a caer los pantalones mientras corría y batía su correa cual centurión romano, al punto que el dril se le enredó con los tobillos y rodó por la cancha levantando más polvo que el que habíamos levantado diez enanos corriendo detrás de un balón.
En la segunda ocasión, también me encontraba en el campo de fútbol. Ya se habrán dado cuenta en qué consiste la educación en los colegios privados, en jugar fútbol, lo cual explica porque las élites colombianas son tan brutas, pero también contradice porque son tan panzones y troncos. Continúo, pero primero me corrijo, no me encontraba en el campo, me encontraba en la banca junto con otros cinco troncos esperando a que uno de los que si sabía jugar se quebrara una pierna para poder reemplazarlo. Así que estábamos rascándonos las picaduras de los zancudos, cuando Safari salto de la nada, bueno, no de la nada, salió de entre las matas de coca que rodeaban la casona de los curitas. No me pregunten qué diablos hacen 400 matas de coca rodeando una casa cural en el medio de un colegio privado. Ya confesé que a mi me expulsaron en octavo grado, así que nunca alcance a ver química en ese colegio, pero sí recuerdo que los laboratorios de química estaban ubicados al fondo del colegio en una pequeña islita en medio de la quebrada, camuflados entre unos guaduales inmensos que no permitían verlos desde el aire o por tierra hasta que uno se encontraba a unos pocos metros de ellos. En este punto debo aclarar, en defensa de los curitas, que los carros de traqueto, estilo carevaca narcotoyota, que se veían en los parqueaderos del colegio, no pertenecían a ellos, sino a los hijos de traquetos de mal gusto que dominaban la asociación de Padres y Madres de Familia.
Decía que Safari saltó de los arbustos con una pepa gigantesca de mango biche en la mano, y una bolsa cargada con más pepas de similar tamaño. “Qué hacía safari con una docena de pepas de mango biche?” Puedo asegurar que la primera adicción de los hijos de papi y mami con los que estudié no fue ni cocaína ni extasis, fue mango biche bañado en limón y cubierto por una capa de sal. Sí, a mi también se me babea la boca de solo pensarlo. Safari, cual cazador paciente seguía las huellas de su presa, nos observaba, tocaba y olía nuestra mierda una vez habíamos salido del baño para saber que habíamos comido, recogía las pepas ruñidas que tirábamos sin pensar que algún día se volverían contra nosotros y nos cercaba para atacarnos cuando menos lo esperábamos.
Safari apuntó su primer proyectil con precisión milímetrica contra la sien del “Presa”, a quien bautizamos así después de caer víctima consecutivamente de la correa y el misil del cazador europeo. Durante los siguientes tres días, Presa se quejó de un agudo dolor que le martillaba la cabeza, aunque no le impidió salir corriendo como alma que lleva el diablo en ese momento. Esa tarde perdimos el clásico contra La Salle, otro colegio de hijos de papi y mami con incluso más traquetos que el nuestro, y por lo tanto, con más plata. Los animales estaban acostumbrados a cometer toda clase de crímenes con impunidad, inteligencia generacional que llaman, pasada del padre mafioso al pequeño animal que más tarde se convertirá en Abogado, Ingeniero, Arquitecto, Alcalde, Gobernador, y hasta Presidente de la nación, ¿cómo creen que la bestia de Álvaro Uribe Vélez llego a ser Presidente de Colombia? Nuestro equipo perdió a un delantero víctima de una tijereta perfeccionada en los campos deportivos de La Salle, no en Francia, sino en Cerritos, Risaralda; al otro delantero le partieron la nariz de un codazo convenientemente ignorado por el arbitro; y nuestro diez todavía tiene la cicatriz de unos Puma seis taches que aterrizaron en su muslo derecho. El entrenador no encontró a un solo tronco sentado en la banca esperando la oportunidad de su vida de jugar un partido oficial, la banca entera estaba corriendo a buscar refugio en la capilla mientras el cruzado de Safari disparaba proyectiles a diestra y siniestra.
Años más tarde el colegio entero lloró la muerte del buen Safari. Yo ya no estudiaba en ese antro de la élite pereirana, aunque también lamenté su muerte y le dediqué unos segundos a su memoria imaginando en que infierno lo habría puesto Dante. “Presa” tiró la casa por la ventana con la fiesta más brutal del año, con drogas mucho más fuertes que el mango biche, el cual estaba prohibido porque le traía malos recuerdos al anfitrión. No sé qué fue del “Presa” ni de los otros hijos de papi y mami con los que estudié, pero me imagino que en algún lugar del infierno, Safari estará esperando por nosotros, cinturón en mano y una bolsa cargada con pepas de mango biche…

Febrero 26, 2012

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